Prisionero del desierto
solitario como un Tuareg.
Maltratado, humillado,
siente el miedo de poder sufrir.
Las estrellas le acompañan en silencio al anochecer.
Heredero de un legado escondido solo en la fe.
Se pasa el tiempo mirando al sol.
Ya su ceguera no puede parar.
Fría su alma, todo le da igual.
No existe razón, no ve solución,
él ya no tiene valor.
En su rostro reflejadas
las arrugas de la libertad.
El estigma de su alma
lleva el sello de la humildad.
Mira de nuevo a la luna
en su instinto por sobrevivir.
Está frío como el hielo
presintiendo que puede morir.
Pero un día todo le cambió,
Y en su tristeza a lo lejos sintió,
la mano de Dios le quería ayudar.
Sintió que era un sueño,
que no era real,
esclavo de su soledad.
Se olvidó
la alegría al despertar.
Se olvidó
el calor de la amistad.
Se olvidó
darle al tiempo su lugar.
Se olvidó
ver que todo no es maldad.
La locura es su sentencia
caminando solo en su verdad.
Maldiciendo con desprecio
todo lo que le pueda salvar.
Encerrado en su frontera
muere solo en su pedestal.
No hay lamento, no hay tristeza,
ni siquiera alguien llorará.
Y aquí se acaba esta historia fatal.
En algún pueblo, en alguna ciudad
puede haber alguien sufriendo así.
Se encierra en su mundo
y no quiere salir,
es la cruda realidad.
Se olvidó
darle al tiempo su lugar.
Se olvidó
ver que todo no es maldad.